Fuente:
Norberto Levy. El asistente interior
El desacuerdo interior es una experiencia humana universal e inevitable.
Esto
quiere decir que todos los seres humanos durante el transcurso de nuestra
vida transitamos por la experiencia de desacuerdo interior.
Evolucionamos,
recorremos un ciclo vital y es inherente a esa condición de seres cambiantes
en el tiempo el experimentar en el hoy un sentimiento o un pensamiento
distinto al de ayer.
Cuando
eso ocurre el sentimiento de hoy queda en desacuerdo con la memoria,
con la inercia del sentimiento de ayer.
Hasta
ayer me gustaba vivir en casa de mis padres.
En
la medida que avanzo en mi adolescencia comienzo a querer vivir en mí
propia casa y tal nuevo deseo entra en desacuerdo con mi necesidad anterior.
Además
de las causas evolutivas existe también el desacuerdo que se genera
a partir de aspectos carenciados o distorsionados:
Como
expresamos anteriormente, al observar mi funcionamiento a lo largo del
tiempo puedo encontrar aspectos psicológicos propios que me desagraden
y quiera cambiar.
Puede
ser, por ejemplo, un aspecto triste o inseguro, o miedoso o posesivo,
o violento, etc.
Cualquiera
sea el contenido del aspecto de rechazo y cualquiera sea la causa por
la que lo recazo, la trama del desacuerdo es siempre la misma: el desacuerdo
entre lo que soy y lo que deseo ser.
En
términos esquemáticos sería:
a) Un aspecto mío es de cierta manera (temeroso, confuso, dependiente,
indeciso, autoritario, etc.)
b) Estoy en desacuerdo con esa manera y deseo que sea de otra (audaz,
claro, independiente, decidido, respetuoso, etc.)
c) Realizo acciones para producir la transformación interior deseada.
Para
descubrir cómo es cada reacción de desacuerdo resulta muy útil proponerle
a alguien que imagine que el aspecto rechazado está enfrente de él.
(En esta descripción utilizaremos como ejemplo, a un aspecto triste).
Una
vez que lo imaginó se le propone que observe qué siente hacia él y que
luego se lo diga.
Lo
primero que suele aparecer es el rechazo propiamente dicho. Esta reacción
tiene que ver con la simple expresión de la frustración y el desagrado
que produce la existencia del aspecto triste.
Las
formas más frecuentes en las que se manifiesta son:
"¡Ya
me tenés harto con tus bajones...!,
"¡No
quiero verte más, te mandaría bien lejos...!"
"¡No
te aguanto más, te mataría,..!", etc.
Esto
es, simplemente, rechazo.
Junto
con el rechazo se producen también otras reacciones que tienen que ver
con el deseo de cambiar al aspecto triste en alegre.
Estas
reacciones serán distintas según sean las creencias concientes e inconcientes-que
cada uno tenga acerca de cual es el modo a través del cual se logrará
cambiar al aspecto triste.
Algunas
de las creencias y actitudes erróneas más frecuentes son:
"¡Me
dan ganas de sacudirte para que te despiertes...!",
"¡tenés
que ponerte firme y olvidarte de la tristeza...!"
"¡tengo
que arrancarte de mí para poder vivir con alegría...!" etc.
Rechazo
y deseo de cambio son como las dos caras de la misma moneda y se implican
recíprocamente.
Si
rechazo a mi aspecto triste, entonces lo quiero cambiar, y si quiero
cambiarlo es porque lo rechazo.
Podríamos
hablar entonces de una relación rechazador-rechazado
o de su otra faceta: cambiador - aspecto a cambiar. Cualquiera de las
dos descripciones remite a la otra y la incluye.
Hecha esta salvedad digamos que, de aquí en más, al segundo término
del vínculo, más allá de su contenido triste, inseguro, dependiente,
etc. lo llamaremos Aspecto a cambiar y al primero,
también más allá de la forma en la que se exprese, lo llamaremos Cambiador.
Hemos
comenzado a caracterizar este vínculo y hemos presentado a sus protagonistas
porque de lo que el cambiador le haga al aspecto a cambiar depende el
destino del desacuerdo.
Cuando
las actitudes que pone en juego son las adecuadas, la transformación
del aspecto a cambiar se encamina y el desacuerdo se va resolviendo,
pero, lamentablemente, no es la evolución más frecuente.
La
gran mayoría de las veces las acciones del cambiador no son las adecuadas
y por lo tanto, la transformación no se produce. En ese caso el desacuerdo
interior no sólo no se resuelve sino que se profundiza más aún.
Esta
es la estructura que subyace en la vivencia de sufrimiento psicológico.
cada
vez que uno sufre, explora con detenimiento su estado, podrá comprobar
que en la gran mayoría de los casos lo que lo produce es un desacuerdo
interior que no se resuelve: el desacuerdo entre "lo que soy"
y "lo que deseo ser"
La
ignorancia como causa de sufrimiento
Al
llegar a este punto la pregunta que surge es:
¿Y
por qué el cambiador no produce las respuestas adecuadas que resuelvan
el desacuerdo interior?
Cuando
examinamos la autorregulación biológica habíamos observado que era eficaz
en la medida que se producían reacciones que lograban realmente transformar
al estado rechazado.
Si
éste era la anoxia su respuesta era respirar, y de un modo equivalente
con el resto de los estados.
Los
mecanismos de autorregulación con que cuenta el organismo son automáticos,
no dependen de la voluntad individual.
Son
el producto del ensayo y el error que la naturaleza viene realizando
desde sus orígenes mismos, hace aproximadamente cuatro mil millones
de años.
El
alto grado de eficacia que ha alcanzado ese cambiador que coordina las
acciones para producir los cambios buscados es probablemente la consecuencia
de este larguísimo proceso de aprendizaje, pero más allá de cuales fueran
las probables razones de esta eficiencia, el hecho cierto es que su
capacidad resolutiva se basa en que la acción que el cambiador biológico
produce coincide con la que el estado a cambiar necesita recibir para
poder transformarse.
Esto
es precisamente lo que no ocurre en el nivel psicológico y es lo que
desemboca en la no resolución del desacuerdo interior.
Y
no ocurre porque el cambiador del nivel psicológico no sabe cómo transformar
un aspecto en otro.
No
lo sabe porque él es una faceta del "yo" y el "yo"
es una instancia relativamente reciente en la evolución de la vida.
Está
vinculada al desarrollo del cerebro, el cual cuenta con una edad aproximada
de tres millones de años.
Puede
parecer un muy largo período de tiempo pero si lo comparamos con los
cuatro mil millones de años en los que la vida está realizando sus experiencias
de autorregulación, podemos percibir, al menos en su dimensión numérica,
la magnitud del contraste.
Una
de las capacidades propias del "yo" es proponerse metas y
arbitrar los medios para alcanzarlas.
En
relación al mundo externo es muy alto su desarrollo: puede enviar un
hombre a la luna, producir televisores, computadoras y robots de alta
sofisticación, pero en relación al mundo interno su nivel de desarrollo
es muy escaso.
La
prueba más contundente de su precariedad la encontramos en la extraordinaria
inadecuación de los recursos que el cambiador utiliza habitualmente
para transformar los aspectos psicológicos de sí mismo y de los otros-que
rechaza y quiere cambiar.