Narcisismo y Eterna Juventud

 

 

 

 

 

 

Cuando el yo infantil empieza a separarse de la madre o de ambos padres, surge el problema del narcisismo, expresado por el símbolo del "puer aeternus", el arquetipo de la eterna juventud.


Se trata de una dificultad que puede dividir al niño entre el afán de satisfacer a sus padres y el de desarrollar su propia sensación de identidad.


Se ha dicho que el narcisismo es el trastorno psicológico de nuestro tiempo.


En general este problema puede atribuirse a un amor defectuoso por parte de los padres, los cuales, cautivos de su pobre sensación de identidad e incapaces de desligar al niño del ego parental, crean una serie de ataduras que dificultan el desarrollo de la identidad de su hijo.

 

La dificultad de los padres para percibir y satisfacer las necesidades del niño refuerza la dependencia de éste, quien desarrolla entonces un "yo postizo" que busca ante todo agradar a los padres.

 

El incipiente yo real del niño queda así escindido u oculto y se convierte, de hecho, en el niño interior perdido.

 

Estas heridas derivadas de una separación defectuosa generan con el tiempo una compleja serie de trastornos en la personalidad adulta, trastornos que designamos con el término general de narcisistas, en referencia al mito griego de "Narciso".


El tema fundamental de este mito consiste en la fijación del sujeto, encantado por su propia imagen reflejada en la superficie de un estanque o en el rostro de su madre- e incapaz de separarse y de relacionarse con los demás.

 

La fijación de Narciso a su reflejo le impide moverse de sitio y muere de desnutrición.


El mito sugiere de modo simbólico que un individuo, cuando niño, corre el riesgo de quedar fijado en una etapa de su desarrollo al tratar de consolidar una imagen concreta de sí mismo, pero incapacitándose para llevar a término la tarea de independizarse o separarse, por miedo al rechazo de sus padres.

 

Esta circunstancia puede condenar al individuo más adelante, divorciado de su yo real (el niño interior) e incapacitado para enfrentarse a los aspectos perturbadores de la existencia, a una vida seriamente limitada.


Este "dilema infantil" es una perpetuación de la "maldición familiar". Los padres, a consecuencia de las heridas narcisistas que sufrieron cuando niños, son incapaces de valorar su propio yo auténtico infantil.

 

De este modo, imponen inconscientemente sobre sus hijos el mismo destino exigiéndoles perfección e infundiendo una sensación de insuficiencia que conduce a los hijos a creer que sólo serán amados si logran ajustarse a la imagen que los padres tienen de lo que es perfecto.


El dolor de no verse reconocidos, cuidados y amados por lo que verdaderamente son, obliga a los hijos a desarrollar un conjunto de conductas defensivas, con el objeto de mantener bajo control la ansiedad causada por semejante situación.


Éste es pues el dilema del niño interior: "¿Cómo puedo identificarme con mi verdadero yo infantil y eludir el dolor del rechazo primordial?".

 

El ego infantil en proceso de formación escogerá frecuentemente identificarse con un yo falso a fin de obtener cierta afectuosa atención. Ahí precisamente se asientan las raíces de los trastornos narcisistas, en el miedo que el niño siente a que no se le ame por lo que es.

 

El verdadero yo, o niño interior, se rechaza como algo inferior y desagradable y, para protegerse de esta sensación, el narcisista edifica una fachada de grandiosidad, convirtiendo al niño interior en un prisionero del dilema.


Este problema dificulta las relaciones del adulto con otras personas y con la realidad espiritual del yo. El niño interior, meticulosamente oculto, queda fuera del alcance del adulto.

 

La personalidad narcisista es vulnerable al menor fracaso y solicita la admiración y adulación ajenas para afirmar su falsa identidad, sostenida a expensas del sacrificio del niño interior.

 

El niño que hay en el adulto se ve entonces atormentado por sentimientos de envidia, rabia, desesperación, aislamiento y depresión.


El adulto narcisista anhelará tal vez el paraíso de la infancia y adoptará un estilo de vida provisional, como si ésta no fuera del todo real, como si siempre faltara algo.

 

Al identificarse con el puer aeternus , la persona con lesiones narcisistas puede perder la capacidad vital del niño interior y malgastar sus facultades.


Identificarse con el puer aeternus equivale a anclarse en el dilema infantil y entregarse a una perpetua fantasía de juventud. No encuentra los medios para incorporar lo que podríamos llamar la vida auténtica –el niño interior- a la vida del adulto.


El "síndrome de Peter Pan", la negativa a crecer y a confiar en los adultos, puede llevar a un individuo a vivir a la deriva, dispuesto a preservar las fantasías infantiles y a negar la realidad el resto de su vida.


Jung observó que el puer aeternus se refiere al arquetipo infantil y sugirió que su recurrente fascinación se deriva de nuestra proyección de nuestra incapacidad de renovarnos.


Los trastornos narcisistas, ese campo minado que la mayoría de los niños deben atravesar, constituyen uno de los dilemas centrales de nuestro tiempo.


Ahora bien, esto que expones aquí es algo polémico por demás, uno de los nudos gordianos en que la psicología junguiana lleva décadas atorada, y precisamente lo que has recogido y resumido aquí es una de las opciones de explicación y resolución del asunto para mí mas desafortunada, por más extendida que esté.

Dicho sea tanto con todo el respeto del mundo, como con toda la sinceridad.


Será quizás porque con los años y el esfuerzo la mente se va cansando, discutir teorías en vacío y a pelo, en el plano meramente intelectual, ya no me subyuga como antes, o quizás no en todos los lugares y en cualquier manera, prefiero la viveza del fenómeno, volver al renacer de la experiencia, vivir y observar el vivir mientras se vive, mientras sucede.

 

Por eso empezaré la apología de mi punto de vista con un caso real. Con permiso de mi querida amiga Rosa:


Rosa es una mujer de casi cuarenta años, de aspecto juvenil.

 

Suele decir que la sensación que más le excita del mundo es colocarse frente a una hoja en blanco, o cualquier cosa que se le parezca a la situación de tener delante un lienzo en blanco, pinceles, y todo por delante abierto para expresar la creatividad.

 

Valgan estas metáforas para aplicarlas a cualquier rango de situaciones vitales.

 

Si escuchan decir esto a alguien, pregúntenle si cree en hadas, duendes, y si de pequeño tenía amigos imaginarios. Pregúntenle si creen en el más allá, si hacen rituales sobre alguna cosa, si le gustan las obras de ciencia ficción o la literatura fantástica. Probablemente, a muchas de estas cosas, contesten que sí.

También observen su modo de vestir, su modo de cocinar, su modo de hacer cualquier cosa, que siempre es, para peor o para mejor de la normalidad, sui generis. Rosa es incapaz de comprometerse con un contrato de trabajo estable.

 

Una vez le ofrecieron uno, de por vida, y precisamente por ser de por vida, dijo que no. La única estabilidad que atrae a una persona así, es el cambio.

Por eso su vida es una biografía que da tumbos, volteretas, un ir y venir extraño y caótico para cualquier observador, digamos, burgués. Por supuesto, Rosa no se ha casado nunca, ni tiene hijos.

Cuanto más sencillas son las gentes que la conocen, más opinan de ella que es una fantasiosa empedernida.

Una figura quijotesca, que pasó incomprendida la mayor parte de la vida. En la paradoja en la que vive la gente así, el deseo radical de independencia se ve truncado una y otra vez por la inestabilidad económica de su vida, y Rosa ha pasado la mayor parte de ella dependiendo económicamente de otros, hasta el punto en que con su no corta edad, ha tenido que pasar varios años sostenida por sus tutores, exactamente igual que una niña, o una adolescente.


Es obvio que esta personalidad tiene todos los rasgos señeros que hicieron a los junguianos hablar del Puer Eterno, y tomarlo como un arquetipo particular. Yo estoy de acuerdo con esa valoración.

 

Apruebo que el Puer Eterno existe, como arquetipo, y que conforma también la personalidad del yo a quien posee, siendo esta personalidad que pobremente describo aquí de pasada la que sin dudas creo que es obvio debe recibir, antes que ninguna otra, el famoso apelativo.

 

Pero el problema viene a la hora de explicar los ¿por qué? para qué? ¿cómo? de estas personalidades complejas.

 

La salida que más le gusta a la psicología llanera de encontrar los fundamentos de las psicologías complejas es buscar el complejo vivencial biográfico en el que se asientan, establecer el hilo causa consecuencia, la etiología, y listo de papeles.

 

A otra cosa. Sin embargo, una vez que se define un arquetipo, y que se predefine su posible influencia en una personalidad, como es el caso del Puer Eterno, volver a apartarse de esto para volver a explicar las cosas desde un plano puramente vivencial, conductista diremos, es como hacer una doble psicología, y volver a colocar el mundo arquetipal, recién redescubierto, al nivel de meras definiciones poéticas, como es lo del complejo de Edipo para Freud.

 

Ya esto, tira para atrás a un investigador que se tome el tema de los arquetipos realmente en serio, pero pasa demasiado a menudo.

Rosa tiene rasgos narcisistas. Ha sufrido en la vida con las carencias emocionales de la gente de su entorno y ha hecho sufrir a los demás con las suyas.

 

Por momentos es muy egoísta, y quizás más que otros por el simple hecho de que una persona incomprendida tiene que desarrollar mecanismos de defensa extra, ante la escasa estima de los demás y por ende de autoestima propia.

 

Pero ¿quién no es así? ¿quién no padece todos estos “síntomas”? ¿Qué estamos diciendo verdaderamente válido con esta sarta de perogrulladas generales?

 

A veces la psicología, tantísimas veces, usa el truco de las (malas) echadoras de cartas..: decir cosas tan generales a una persona en particular, que seguro aciertan, sin decir realmente nada especial.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ALMA GESTALT

"El Arte de Crear la Vida que Anhelas"