El Niño Interior por Myriam Delfini

 

 

Los primeros años de existencia son muy importantes para la formación de la personalidad.

 

En la infancia, la personalidad? está desprovista de defensas, a merced del mundo que nos rodea, a la intemperie.

 

La ansiedad que se genera en los intercambios imprescindibles que la persona lleva a cabo con el medio ambiente para su supervivencia, la van modificando, fortaleciendo, debilitando o enfermando.

 

Todo dependerá de la calidad de vida que lleve durante esos primeros años, de su grado de soledad y privación, de su debilidad y de la necesidad de ser protegida y querida, de su necesidad de ser atendida adecuadamente en función de sus características biológicas.


El niño va dejando de vivir en el Ser? para comenzar habitar el Ego o SELF construido y como consecuencia de ello se va desconectando del mítico Jardín del Edén.


Una vez: “un hombre encontró un huevo de águila y lo puso en el nidal de una gallina de corral.

 

El aguilucho rompió el cascarón al mismo tiempo que la nidada de pollos y creció con ellos.

 

Durante toda su vida el águila hizo lo mismo que las gallinas.

 

Pensando que era una más de ellas. Escarbaba la tierra buscando lombrices e insectos, cloqueaba y cacareaba, abría sus alas y daba unos vuelos cortos. Pasaron unos años y el águila se hizo muy vieja.


Un día vio un ave magnífica sobrevolando en un cielo sin una nube. Se deslizaba con una majestuosa facilidad aprovechando las corrientes de aire, sin apenas batir sus fuertes alas doradas.


La vieja águila miró hacia arriba con un temor reverencial.


-¿Qué es eso?, preguntó.
-“Es un águila, la reina de las aves –le dijo la que estaba a su lado.

Ella pertenece al cielo, nosotras somos gallinas.


El águila vivió y murió como una gallina, ya que es lo que pensaba que era.”


De este modo Anthony de Mello, nos muestra el devenir de muchas personas que acuden a las consultas en busca de ayuda, con distintos tipos de síntomas, muchas veces, encubridores del verdadero drama: no estar despiertos, no ver, no escuchar. Sólo sobreviven penosamente a su existencia que desconocen o no aceptan como propia.

 

Se encuentran sumergidos en su noche, a la espera de un nuevo amanecer que mágicamente cambie su existencia.


Como en el caso del águila que se sentía gallina, muchos, casi sin darse cuenta, viven esforzándonos para adaptarse a aquellos modelos que “quieren” o “idealizan” ser.

 

No siendo ellos mismos y, por consiguiente, viviendo en la insatisfacción.

 

 

El Niño Interior

 

El niño interior es al mismo tiempo una realidad de nuestro desarrollo y una posibilidad simbólica. Es el alma de la persona, creada en nuestro interior por medio de la experiencia vital. Como sugirió Jung?, el niño representa una "plenitud que abarca lo más profundo de la Naturaleza".


La voz del niño interior es fundamental en el proceso de llegar a ser nosotros mismos. La individuación?, el proceso de desarrollo de la propia personalidad a lo largo de la vida, está ligada y gira en torno a la identidad singular del yo infantil.

 

El niño es la parte auténtica, y la parte auténtica en nuestro interior es la que sufre.

 

Muchos adultos escinden esta parte de sí mismos y por ello no alcanzan la individuación, ya que sólo si se la acepta, y se acepta con ella el sufrimiento que conlleva, puede tener lugar el proceso de individuación.


Todos podemos reconocer la voz del niño interior, puesto que la conocemos bien. Todos hemos sido niños. Y el niño que hemos sido pervive en nosotros para bien o para mal, como recipiente de nuestra historia personal y como símbolo omnipresente de nuestras esperanzas y nuestras posibilidades creativas.


El niño es la clave que nos permite alcanzar la expresión cabal de nuestra individualidad. Esta entidad infantil, el ser que verdaderamente somos y hemos sido siempre, vive con nosotros aquí y ahora.


¿Qué misterios se esconden detrás de los pasos dados como niños?.


Dilucidar algunos matices presentes de ese peregrinar desde el niño que ya fuimos, al adulto que somos.

 

Más, como veremos, tal niño no nos refieren únicamente a las edades de la vida sino y fundamentalmente a realidades interiores, a veces apenas perceptibles, y otras veces, bastante tangibles.

 

Mi pretensión es tomar contacto con dichas realidades para intentar poner en palabras algo del vasto y rico mundo íntimo de cada uno.


Todos fuimos niños, todos vivimos de tal o cual forma nuestra niñez.

 

Nos referimos aquí a la etapa real de vida que parte con nuestra concepción, recorre los nueve meses de gestación y finaliza cerca del cierre del segundo septenio de nuestra vida: a los 14 años, poco más, poco menos según: cada uno, la historia familiar, cultura y época.

 

Luego transitamos hacia nuestra adolescencia, juventud y nos buscamos ubicar en el mundo adulto con diferentes reglas del juego a las experimentadas en la niñez, con otra mirada del mundo, a veces muy distinta y distante de la que teníamos cuando niños, la que, en muchos casos, ya casi ni recordamos.

 

Hay una tensión muy grande detrás del binomio Niño – Adulto; y es una tensión generada por realidades estructuralmente diferentes.

 

Ya no podremos fácilmente mirar con “ojos de niño”, e incluso en el intento de entender esta etapa estamos influenciados por las actuales categorías de “grandes”.


Saint Exúpery comienza el conocido libro “El Principito” con una fuerte crítica a las personas grandes que confunden el dibujo de una boa que se comió un elefante, con el dibujo de un sombrero.

 

Más tal confusión nunca le ocurrirá a un niño pequeño, porque él mira con la imaginación creadora a flor de piel, no con el pensamiento deductivo, ni el sentido común propio de adultos. Parece ser, en principio, que hay una forma constitutivamente diferente de mirar y de percibir el entorno.


Intentar evocar los recuerdos de nuestra niñez, es siempre una tarea delicada; es como tratar de tomar contacto con ese ser arcilloso y maleable que fuimos, con las huellas que todo aprendizaje fue imprimiendo en nosotros, con heridas no siempre cicatrizadas, con dulces anécdotas de juegos, cuentos, canciones y danzas, con viejos e irreconocibles rencores y miedos, con grandes y alegres momentos, con juguetes y regalos, festejos de cumpleaños, vacaciones y otras tantas innumerables cosas.

 

Algunos tienen recuerdos más bien dulces de ésta etapa, otros más bien tristes o amargos y finalmente, otros, parecen no poder recordar demasiado.


En muchos sentidos, la memoria es frágil, y más cuando se trata de revisar el pasado remoto de la vida personal.

 

Hay cosas que se recuerdan con mucha precisión: olores, lugares, amigos, situaciones, objetos, rostros, y otras, que sólo evocamos vaga y confusamente cuando algo en nuestro entorno actúa a la manera de estímulo que dispara el recuerdo.

 

Asimismo, muchas experiencias dolorosas, sólo vuelven a lo cotidiano en forma de sueños o ensueños.

 

De todas formas, más allá de cómo haya sido para cada uno la niñez, hay allí puesto en juego más de lo que podemos imaginarnos, al menos en principio, porque la niñez es nuestro origen y todo origen esconde celosa y profundamente el misterio de lo primordial.


Probablemente sea una verdad irrefutable que el mundo adulto tiene más y mejores herramientas para conocer el mundo circundante, pero de poco sirven las mismas, si al adquirirlas, niegan las capacidades propias de etapas anteriores.

 

Paracelso? sostenía que “lo que vive según la razón (exclusivamente), vive contra el espíritu” y este es un importante límite del mundo adulto que infravalora o hasta trivializa capacidades como la intuición (correctamente entendida), la sensibilidad frente a lo simbólico, los enigmas expresados en parábolas, fábulas, cuentos de hadas, criptogramas, jeroglifos, iconos sagrados, etc.

 

El pensamiento discursivo se muestra y se explícita en la palabra, pero el simbólico va más lejos, metiéndose en el territorio de los sueños, las poesías, las obras de arte, la música, la danza, los ritos, entre otros.


El niño es una realidad interior siempre presente a lo largo de nuestra vida. aunque podemos perder el contacto fácilmente con dicha realidad y alejarnos de esa fuerza tan particular que asociamos a la niñez.

 

Fuerza de la que vamos a ocuparnos brevemente tratando de separarla para la mejor comprensión en dos matices: el niño interior y el niño herido. Me gustaría considerar a ambos niños como personajes internos con los que es posible tener “un encuentro”, independientemente de la edad que tengamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

ALMA GESTALT

"El Arte de Crear la Vida que Anhelas"