Imbéciles
Afectivos, ¿conoces uno?

El siguiente texto
es un fragmento del libro “Camino de la Autodependencia”
de Jorge Bucay, me encanta la manera de escribir este tema
tan tan Común en los seres humanos en algún aspecto de nuestra vida.
Mi trabajo consta de esto, acompañar a las personas
a encontrar sus recursos, su autoapoyo para caminar solo sobre sus
propios pies como soportes.
Pueden ser los
pies y también su confianza que forma parte de su Ser algo básico
que nos sostiene.
La
palabra imbécil la heredamos de los griegos
(im: con, báculo: bastón), quienes la usaban
para llamar a aquellos que vivían apoyándose sobre los demás, los
que dependían de alguien para poder caminar.
Y no estoy hablando de individuos transitoriamente en crisis, de heridos
y enfermos, de discapacitados genuinos, de débiles mentales, de niños
ni de jóvenes inmaduros.
Éstos
viven, con toda seguridad, dependientes, y no hay nada de malo ni
de terrible en esto, porque naturalmente no tienen la capacidad ni
la posibilidad de dejar de serlo.
Pero
aquellos adultos sanos que sigan eligiendo depender de otros se volverán,
con el tiempo, imbéciles sin retorno.
Muchos
de ellos han sido educados para serlo, porque hay padres que liberan
y padres que imbecilizan.
Hay
padres que invitan a los hijos a elegir devolviéndoles la responsabilidad
sobre sus vidas a medida que crecen, y también padres que prefieren
estar siempre cerca “Para ayudar”, “Por si acaso”, “Porque él (cuarenta
y dos años) es tan ingenuo” y “Porque ¿para qué está la plata que hemos
ganado si no es para ayudar a nuestros hijos?”.
Esos padres morirán algún día y esos hijos van a terminar intentando
usarnos a nosotros como el bastón sustituyente.
No puedo justificar la dependencia porque no quiero
avalar la imbecilidad.
Siguiendo
el análisis propuesto por Fernando Savater, existen distintas clases
de imbéciles.
Los
imbéciles intelectuales son aquellos que creen que no
les da la cabeza (o temen que se les gaste si la usan) y entonces le
preguntan al otro:
¿Cómo
soy?
¿Qué
tengo que hacer?
¿Adónde
tengo que ir?
Y
cuando tienen que tomar una decisión van por el mundo preguntando:
“Vos ¿qué harías en mi lugar?”.
Ante
cada acción construyen un equipo de asesores para que piense por ellos.
Como
en verdad creen que no pueden pensar, depositan su capacidad de pensar
en los otros, lo cual es bastante inquietante.
El
gran peligro es que a veces son confundidos con la gente genuinamente
considerada y amable, y pueden terminar, por confluyentes, siendo muy
populares.
(Quizás
deba dejar aquí una sola advertencia: Jamás los votes.)
Los
imbéciles afectivos
son aquellos que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que
los quiere, que los ama, que son lindos, que son buenos.
Son protagonistas de diálogos famosos:
-¿Me
querés?
-Sí, te quiero…
-¿Te molestó?
-¿Qué cosa?
-Mi pregunta.
-No, ¿por qué me iba a molestar?
-Ah… ¿Me seguís queriendo?
(¡Para
pegarle!)
Un
imbécil afectivo está permanentemente a la búsqueda de otro que le repita
que nunca, nunca, nunca lo va a dejar de querer.
Todos
sentimos el deseo normal de ser queridos por la persona que amamos,
pero otra cosa es vivir para confirmarlo.
Los
varones tenemos más tendencia a la imbecilidad afectiva que las mujeres.
Ellas,
cuando son imbéciles, tienden a serlo en hechos prácticos, no afectivos.
Tomemos
mil matrimonios separados hace tres meses y observemos su evolución.
El 95% de los hombres está con otra mujer, conviviendo o casi. Si hablamos
con ellos dirán:
-No podía soportar llegar a mi casa y encontrar las luces apagadas y
nadie esperando. No aguantaba pasar los fines de semana solo.
El 99% de las mujeres sigue viviendo sola o con sus hijos.
Hablamos
con ellas y dicen:
-Una
vez que resolví cómo hacer para arreglar la canilla y que acomodé el
tema económico, para qué quiero tener un hombre en mi casa, ¿para que
me diga “traéme las pantuflas, mi amor”? De ninguna manera.
Ellas encontrarán pareja o no la encontrarán, desearán, añorarán y querrán
encontrar a alguien con quien compartir algunas cosas, pero muy difícilmente
acepten a cualquiera para no sentir la desesperación de “la luz apagada”.
Eso es patrimonio masculino.
Y
por último…
Los imbéciles morales,
sin duda los más peligrosos de todos. Son los que necesitan permanentemente
aprobación del afuera para tomar sus decisiones.
El
imbécil moral
es alguien que necesita de otro para que le diga si lo que hace está
bien o mal, alguien que todo el tiempo está pendiente de si lo que quiere
hacer corresponde o no corresponde, si es o no lo que el otro o la mayoría
harían.
Son
aquellos que se la pasan haciendo encuestas sobre si tienen o no tienen
que cambiar el auto, si les conviene o no com-prarse una nueva casa,
si es o no el momento adecuado para tener un hijo.
Defenderse de su acoso es bastante difícil; se puede probar no contestando
a sus demandas sobre, por ejemplo, cómo se debe doblar el papel higiénico;
sin embargo, creo que mejor es… huir.
Cuando
alguno de estos modelos de dependencia se agudiza y se deposita en una
sola persona del entorno, el individuo puede llegar a creer sinceramente
que no podría subsistir sin el otro.
Por
lo tanto, empieza a condicionar cada conducta a ese vínculo patológico
al que siente a la vez como su salvación y su calvario.
Todo
lo que hace está inspirado, dirigido, producido o dedicado a halagar,
enojar, seducir, premiar o castigar a aquel de quien depende.
Este tipo de imbéciles son los individuos que modernamente la psicología
llama Codependientes.
Un
codependiente es un individuo
que padece una enfermedad similar a cualquier adicción, diferenciada
sólo por el hecho (en realidad menor) de que su “droga” es un determinado
tipo de personas o una persona en particular.
Exactamente
igual que cualquier otro síndrome adictivo, el codependiente es portador
de una personalidad proclive a las adicciones y puede, llegado el caso,
realizar actos casi (o francamente) irracionales para proveerse “la
droga”.
Y
como sucede con la mayoría de las adicciones, si se viera bruscamente
privado de ella podría caer en un cuadro, a veces gravísimo, de abstinencia.
La
codependencia es el grado superlativo de la dependencia
enfermiza.
La
adicción queda escondida detrás de la valoración amorosa y la conducta
dependiente se incrusta en la personalidad como la idea: “No puedo vivir
sin vos”.
Siempre
alguien argumenta:
-…Pero, si yo amo a alguien, y lo amo con todo mi corazón, ¿no es cierto
acaso que no puedo vivir sin él?
Y yo siempre contesto:
-No,
la verdad que no.
La
verdad es que siempre puedo vivir sin el otro, siempre, y hay dos personas
que deberían saberlo: yo y el otro.
Me
parece horrible que alguien piense que yo no puedo vivir sin él y crea
que si decide irse me muero…
Me
aterra la idea de convivir con alguien que crea que soy imprescindible
en su vida.
Estos
pensamientos son siempre de una manipulación y una exigencia siniestras.
El
amor siempre es positivo y maravilloso, nunca es negativo, pero puede
ser la excusa que yo utilizo para volverme adicto.
Por
eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama,
él depende, pero no ama.
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