Como
vimos en nuestra cuestionada estadísticas de dolores, el divorcio está
vivencialmente bastante cerca de lo catastrófico de la situación de
muerte de la pareja.
Y
pongo siempre el mismo ejemplo: una cosa es estar juntos y conectados,
en una relación de pareja donde él o ella pueden irse, acercarse o quedarse
y yo puedo también hacer lo propio, y otra cosa es estar enganchados.
Engancharse no
es estar juntos, porque no sirve para conectarse con el otro, sino para
tironear, para retener, para atrapar al otro y que no se pueda ir.
Para
escaparse va a tener que lastimarse y lastimarme, porque estamos atrapados.
Esto
no es estar juntos, ni tiene que ver con amor.
Esto
es un disfraz de la manipulación y del intento de controlar tu vida.
Y a pesar de la gravedad de este planteo, nos seducen estas situaciones
de control, nos encanta tener estos vínculos "seguros".
Vivimos
de alguna manera viendo cómo hacemos para tener al otro atrapado, para
que el otro no se escape, para que no se vaya y dimensionamos las relaciones
de pareja como relaciones en las que:
"Los
dos somos uno". "Somos una sola carne". "Yo para el otro y el otro para
mí".
De alguna manera
nos encanta este símbolo infame de nuestra condena al sufrimiento garantizado,
que es:
"No
puedo vivir sin vos". ¡Qué pesado que suena!
Un poco más tibio
pero igualmente condicionante es “Me haces tan feliz".
Y yo digo siempre: no acepten, porque si aceptan tener ese poder van
a tener que aceptar “Me arruinás la vida".
Pero lo cierto es
que no tenés ese poder, nunca lo tuviste, aunque yo quisiera concedértelo.
Me puede lastimar algo que hagas, algo que digas, eso sí, ¿pero hacerme
sufrir?, la verdad que no.
¿Qué puede hacer
el otro?
“Puede
hacer todo lo que a mí no me gusta"
Muy
bien, bárbaro.
Pero
si hace todo lo que a mí me disgusta ¿para qué me quedo?
"Me
quedo porque lo quiero" Bueno, si vos te quedas porque lo querés
¿es el otro el que te está haciendo sufrir?
De
ninguna manera. Entonces digo que soy yo el que me hago sufrir. ¡Claro
que sí!
Y
posiblemente no sea sólo yo, pero seguro que tiene que ver más conmigo
que con vos.
Y
lo que tiene que ver más conmigo que con vos es aquello que al principio
llamamos el "sistema de creencias" de cada uno. Si me creo que para
ser feliz vos tenés que hacer tal cosa y tal otra.
Que
para ser feliz vos tenés que conducirte de tal manera.
Que
para que yo sea feliz vos no tendrías que decir tal cosa o tal otra.
Que
para que yo no sufra vos deberías querer exactamente lo que yo quiero,
en el exacto momento en que yo lo quiero.
Y
que no tendrías que querer ninguna otra cosa, porque si vos querés alguna
otra cosa en un momento que no es el momento en que yo lo quiero, entonces
yo sufro por tu culpa.
Y
si no tenés el poder de hacerme sufrir mientras estés conmigo, menos
aún tendrás ese poder si nos separamos.
Pero
no me voy, me quedo.
¿Para
qué me quedo?
Para
cambiarte.
Para
conseguir que seas diferente.
Para
lograr que quieras exactamente eso que yo quiero.
Y
sobre todo porque no soporto la idea de perderte.
¡Eso!
Para
no perderte, te voy a cambiar.
Lo
cual significa en la práctica primero martirizarte y después de todas
maneras perderte.
Dos
dramas al precio de uno.
Y
yo sostengo que este es un camino que nosotros tomamos para intentar
evitar la pérdida, para esquivar la elaboración de un duelo.
¿Quién
quiere estar al lado de alguien que ya no te ama?
Yo
no, vos tampoco y seguramente ninguno de los que leen esto en este momento.
Entonces
dejo de pretender agarrarte, dejo de querer engancharte.
Y
abro las manos y permito que te vayas.
Y
soporto el dolor sabiendo que una vez que elabore el duelo, una vez
que trabaje con ese dolor, voy a quedar libre para poder amar a otra
persona..
"Sí,
pero ¿quién me va a querer a mí ahora...?"
Ah,
entonces no te retengo por lo mucho que te amo, te retengo por mi propia
inseguridad.
Me
quiero quedar en el confort de la tranquilidad de lo que tengo.
No
quiero conocer lo que sigue.
No
está mal, pero no tiene nada que ver con el amor.
Cuando
veo infinitas parejas que sufren por estas cosas, me dicen que hacen
todo esto porque no soportarían el dolor de la pérdida, que viven cagándose
la vida porque no soportarían vivir durante seis meses el dolor que
les ocasionaría no estar más con esa persona.
Casi
todos preferimos tratar de ver cómo hacemos para manipular la conducta
del otro para que haga lo que nosotros queremos, antes que pasar por
el camino de las lágrimas y dar lugar, después de llorar, a que aparezca
una persona que sea más afín con mis gustos y principios.
Parece
que obtuviéramos más placer en establecer nuestro poder, que en buscar
otro que quiera lo que yo quiero.
En
un divorcio el duelo significa aprender que la pérdida de este vínculo
puede conducir a un encuentro mayor después.
Con
mi mejor amigo, mi hermano, mi hijo, mi pareja, lo mejor que me podría
pasar es que cada uno de nosotros haga lo que en realidad tiene ganas
de hacer y encontrarnos después, posiblemente para compartir aquello
que más te gustó y aquello que más me gustó a mí.
Pero
para esto hay que soltar.
Hay
que dejar de temerle a la pérdida.
En
la mesa del café, en la peluquería, en los vestuarios de los clubes,
uno escucha una y otra vez comentarios como estos:
"Ah,
no! ¿Y si ella sale a tomar algo con un amigo y resulta que el amigo
le gusta más que yo?
Mejor
que no salga con ningún amigo, mejor que no vea a ningún hombre, mejor
que use anteojeras por la calle, mejor que nunca salga a la calle."
"¡Ah,
no! ¡Y si él sale con sus amigos y se encuentra con otra chica, y si
después los dos...?
Vaya
a saber...mejor lo controlo, mejor lo celo, mejor me le cuelgo encima
para que no haya ninguna posibilidad de que me abandone".
Este
es un martirio persecutorio y siniestro producto de mi propia dificultad
para enfrentarme con la pérdida.
¿Y
digo que lo hago porque te quiero mucho?
¡¡¡¡Mentiras!!!!
Esto
lo hago porque no he aprendido de verdad a soltar, porque no me di cuenta
de que el único camino al crecimiento es elaborar los duelos de las
cosas que no tengo; de que el único camino en realidad necesario para
mi propio crecimiento es que yo viva mi historia como el pasaporte para
lo que sigue.
Si
de noche lloras porque el sol no está, las lágrimas te impedirán ver
las estrellas. R. Tagore.
Seguir
llorando aquello que no tengo me impide disfrutar esto que tengo ahora.
Aprender
a enfrentarse con el tema de la pérdida es aceptar vivir el duelo, saber
que aquello que era es aquello que era y que ya no es más o por lo menos
que ya no es lo mismo que era.
De
hecho nunca es lo mismo.
Decía
Heráclito: imposible bañarse dos veces en el mismo río. Ni el
río trae la misma agua ni yo soy el mismo. Hay una pérdida necesaria.
Cuando
me doy cuenta de que algo ha muerto, de que algo está terminado, ese
es un buen momento para soltar.
Cuando
ya no sirve, cuando ya no cumple, cuando ya no es, es el tiempo de soltar.
Lo
que seguro no voy a hacer, si te amo de verdad, es querer retenerte.
Lo que seguro no voy a hacer es tratar de engancharte, si es verdad
que te amo.
¿Te
amo a vos, o amo la comodidad de que estés al lado mío? ¿Estoy relacionado
con vos, individuo, persona o estoy relacionado con mi idea de que ya
te encontré y no quiero salir a buscar más a nadie?
La
verdad es que la pregunta que hago a todos es la que me hago a mí. Si
mañana yo llego a mi casa y mi esposa, después de 26 años de casados,
me dice que no me quiere más...¿qué pasa? Primero dolor, angustia, tristeza
y luego más dolor. Y después las dudas.
Me
pregunto: ¿quiero yo seguir viviendo con alguien que no me quiere? Yo,
no ella. Yo ¿quiero seguir?
La
quiero enormemente ¿Alcanza? ¿Puedo yo quererla por los dos?
La verdad...¡que no!
Y
la verdad es que esta es la historia: como sé que no puedo determinar
que me quieras ni quererte por ambos, entonces...te dejo ir.
No
te atrapo, no te agarro, no te aferro, no te aprisiono. Y no te dejo
ir porque no me importe, te dejo ir porque me importa.
“Pero,
Jorge, hay situaciones, momentos, donde una pareja pelea y lucha por
el vínculo y después de un tiempo de roces se vuelven a encontrar".
Sí,
hay miles de parejas que antes de encontrarse debieron separarse y otras
que se separaron y nunca se volvieron a encontrar y hay miles más que
no se separaron nunca y vivieron cagándose la vida para siempre, y hay
toda la serie de variaciones que se te ocurran.
Pero
seguramente el final de la historia de una pareja no pasa por cuánto
consiga alguno de los dos mantener prisionero al otro.
Cuando
una pareja en problemas viene a
consultar
a un terapeuta, basta que uno de los dos sienta que se terminó, que
no quiere más, que no tiene emoción, que se acabó el deseo, basta con
que uno sostenga que agotó todos los recursos pero no le pasa nada,
basta eso para saber que no hay mucho para rescatar.
Si
hay deseo, si se quieren, si se aman, si les importa cada uno del otro,
si creen que hay algo que se pueda hacer, aunque no sepan qué, los problemas
se pueden resolver (mejor dicho, se puede intentar resolverlos)
Pero
si para alguno de los dos se terminó verdadera y definitivamente, se
terminó para ambos, y no hay nada más que hacer...
Por
lo menos en esta vuelta de la calesita.
Quizás
en la próxima te saques la sortija montada en el mismo pony, pero en
esta vuelta no hay más premios para repartir.
Y entonces habrá
que decirle al que ama: tengo malas noticias para vos. Lo siento, se
terminó.
¿Y
ahora?
No
lo sé. Seguramente te duela.
Pero
te puedo garantizar que no te vas a morir.
Si
no te aferras no te vas a morir.
Si
no pretendes retener al otro, no te vas a morir.
Salvo,
como dije, que vos creas que te vas a morir.
Cuentan
que había una caravana en el desierto.
Al
caer la noche la caravana se detiene.
El
muchachito encargado de los camellos se acerca al guía de la caravana
y le dice:
-
Tenemos un problema, tenemos 20 camellos y 19 cuerdas, así que ¿cómo
hacemos?
El
guía responde:
-
Bueno, los camellos son bastantes bobos, en realidad no son muy lúcidos,
así que anda al lado del camello que falta y haz de como que lo atas.
Él se va a creer que lo estás atando y se va a quedar quieto.
Un
poco desconfiado el chico va y hace como que lo ata y el camello en
efecto se queda ahí, paradito, como si estuviera atado.
A la mañana siguiente,
cuando se levantan, el cuidador cuenta los camellos y están los veinte.
Los mercaderes
cargan todo y la caravana
retoma
el camino.
Todos
los camellos avanzan en fila hacia la ciudad, todos menos uno que queda
ahí.
-
Jefe, hay un camello que no sigue a la caravana.
-
¿Es el que no ataste ayer porque no tenías soga?
-
Sí, ¿Cómo lo sabe?
-
No importa. Andá y haz como que lo desatas, porque si no va a seguir
creyendo que está atado y si lo sigue creyendo, no empezará a caminar.